Cerdo y Cerdito

-Hijo mío, ¿tú que piensas ser cuando seas grande?- preguntó el papá cerdo a su hijo adolescente.
-Padre, yo quisiera ser un cerdo capitalista.
-Ay hijo, las cosas que dices- Cerdo ya estaba arrepentido de haberle hecho esa impertinente pregunta, y explicó a su hijo- Ser cerdo es estar tirado en el barro, inmerso en ese frescor del lodo hedonístico, apreciando el seductor bamboleo de una cerda al levantarse, eructar de placer y esperar que el amo nos proporcione regularmente comida balanceada.
-Padre, justamente eso es lo que no quiero ser, un cerdo burgués y conformista, que va para chorizo- explicaba vehemente el joven Cerdo, mientras estaba paradito en un rincón del la porqueriza, tratando de no mancharse con barro:
-Yo quiero ser un verdadero y genuino cerdo capitalista, se que tengo potencial. Podría instalar un hotel para cerdos, y usarlo de pantalla: el emprendimiento real sería el de producción de carne porcina. Les cobraría a los cerdos turistas burgueses una tarifa reducida y atractiva, y cada tanto haría una redada para venderlos a los frigoríficos. Con lo que pagarían por el hospedaje esos cerdos del norte, yo sacaría para los gastos; cuando los vendiera al matadero sería toda ganancia limpia y neta.

El padre de cerdito reprimió un suspiro angustiado ¿a quién habría salido su hijo?, él lo había criado en la cerda tradición del dolcefarniente, en la molicie engordante de la esperanza nula, y ahora su hijo le había salido hiperactivo, emprendedor, dispuesto a la acumulación de riquezas insaciablemente.

Como un rayo arremetió una idea en su mente, y hubiera caído al suelo de estupor si no hubiera estado ya echado: ese rosado y ambicioso lechón crecido no era hijo suyo; su señora chancha lo había engañado con un cerdo alcancía.